lunes, 30 de mayo de 2011

DEJALO IR...


A los Santos de los Últimos Días se les enseña a amarse el uno al otro y a perdonar sinceramente las ofensas.

Un patriarca bendito cambió mi vida. Él se casó con el amor de su vida; estaban muy enamorados, y muy pronto ella ya esperaba su primer hijo.

La noche en que nació el bebé hubo complicaciones. El único médico se hallaba en alguna parte del campo atendiendo a los enfermos. Tras muchas horas de labor de parto, la condición de la futura madre se tornó desesperada. Finalmente encontraron al médico. Dada la emergencia, actuó con rapidez y enseguida nació el bebé; la crisis aparentemente pasó. Pero algunos días más tarde, la joven madre falleció a causa de una infección que el médico había estado atendiendo esa noche en otra casa.

El mundo de aquel joven quedó destrozado. Conforme transcurrían las semanas, aumentaba su profunda pena. Apenas podía pensar en otra cosa y, en su amargura, se tornó peligroso. Hoy en día, sin duda, se le habría instado a entablar una demanda por negligencia médica; como si el dinero pudiera solucionar algo.

Una noche tocaron a su puerta; una pequeña dijo solamente: “Papá quiere que venga a casa. Quiere hablar con usted”.

“Papá” era el presidente de estaca. El consejo de aquel sabio líder fue simple: “John, ya deja el asunto. Nada de lo que hagas al respecto te la devolverá. Todo lo que hagas lo empeorará. John, ya déjalo así”.

Esa había sido la prueba de mi amigo. ¿Cómo podría dejar ese asunto así? Se había cometido un terrible error. Luchó para poder controlarse y finalmente determinó que sería obediente y que seguiría el consejo de aquel sabio presidente de estaca. Lo dejaría así.

John dijo: “Ya era un anciano cuando comprendí y finalmente pude ver a un pobre médico rural extenuado por el trabajo, mal retribuido, corriendo de un paciente a otro, con escasos medicamentos, sin hospital, con pocos instrumentos, luchando por salvar vidas y logrando el éxito la mayoría de las veces. Había acudido en un momento de crisis, cuando dos vidas pendían de un hilo, y había actuado sin demora. ¡Finalmente lo entendí!”, dijo, “Hubiera arruinado mi vida y la de otras personas”.

John ha agradecido al Señor muchas veces por el sabio líder del sacerdocio que aconsejó simplemente: “John, déjalo así”.

A nuestro alrededor vemos miembros de la Iglesia que se han ofendido. Algunos se ofenden por incidentes de la historia de la Iglesia o de sus líderes y sufren toda su vida, incapaces de ver más allá de los errores de los demás. No dejan el asunto en paz; caen en la inactividad.

Esa actitud se parece a la del hombre golpeado con un garrote. Ofendido, toma el garrote y se golpea en la cabeza todos los días de su vida. ¡Qué necio! ¡Qué triste! Ese tipo de venganza es autodestructiva. Si alguien los ha ofendido, perdonen, olviden, y déjenlo así.